Friday, January 12, 2007

Artífices de la memoria silenciosa

Por: Martín Butera

Esta nota la escribí cursando mi segundo año de periodismo allá por el 98 y fue publicada recién en el 2003 por el periódico “El Barrio Villa Pueyrredon”, que era el periódico de la comuna, donde dirigí mi primer proyecto radial “FM Universo 106.9”.
La vuelvo a publicar, porque hoy hubo un hecho histórico en busca de lo que tanto oímos y muchos también salimos a gritar alguna vez “juicio y castigo para los represores”.
La policía detiene en su domicilio de Madrid a la ex presidenta argentina Isabelita Perón, acusada de ordenar "la eliminación de elementos subversivos" contra el Gobierno, que presidió durante dos años y dio pie a la dictadura.

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Padres de Plaza de Mayo, artífices de la memoria silenciosa


Julio Morresi reposa en un sillón del bloque del Frepaso en la Legislatura porteña. Es asesor en proyectos vinculados a los Derechos Humanos.Cuando recuerda a Norberto, su hijo que a los 17 años fue secuestrado por los militares, no se emociona, ni cambia de posturas; hasta parece que casi ni respira: toma posición en la silla, mira al frente, hirsuto, y despliega sobre el mantel esa historia subterránea, oculta e intacta.
Morresi: Vos querés saber por qué no nos juntamos para luchar como lo hicieron las madres?
Martín Butera: Sí, claro, de eso se trata ¿no?
Morresi: No sé, yo creo que fue el papel que nos tocó jugar en ese momento determinado. Si las acompañábamos a ellas, nos hubieran llevado en cana. Aparte era una situación difícil, había que seguir manteniendo a la familia.
Martín Butera: ¿No se arrepiente de la ausencia de los padres en la lucha por la verdad?
Morresi: No me arrepiento de no haber formado una liga de padres. No creo eso de que no hicimos nada. Como dicen ahora ustedes, no se dio.
Martín Butera: Y eso lo conforma...
Morresi: No, nada está de más si sirve para descubrir la verdad sobre las desapariciones.
Martín Butera: Y entonces, ¿cuál fue específicamente su papel a partir de la desaparición de Norberto?
Morresi: Y, bueno, de sostén, los hombres fuimos el apoyo que ellas necesitaban en la lucha. Quizás nos ganaron de mano y no tuvimos el lugar, o no somos demasiado fuertes como ellas, o mejor aún tomamos el papel que teníamos que tomar.
Martín Butera: ¿Por qué?
Morresi: ¿Cómo por qué? ¿Imaginaste qué hubiera pasado si nos formábamos como una agrupación igual a la de las madres? Nos hubieran matado a todos. De alguna forma, siempre supimos que a ellas no las iban a tocar.
A 15 cuadras de la Legislatura, justo en el medio de la Plaza de Mayo, un grupo de madres gira en derredor de la pirámide. Es jueves y serían unas 30 personas las que, cuando se largó a llover, cumplían ya la décima vuelta. Perdido entre varios pañuelos blancos, Ovidio Manzoti, padre de un desaparecido y ahora fanático del Che Guevara, acepta la invitación a conversar sobre sus memorias, que no estaban tan subterráneas, ni ocultas ni intactas.“Hay que decir la verdad: cuando lo quisimos hacer ya era tarde. En realidad nunca tuvimos la suficiente fuerza y capacidad (voy a decir una guarangada) de poner las pelotas sobre la mesa y ver qué pasaba con la formación de una agrupación”, dice Manzoti como arrepentido, pero no duda un segundo más y arremete de nuevo, con prisa, hacia el grabador: “Una vez con un grupo intentamos reunirnos. Fue en una pocilga de la calle Uruguay y Mitre. Se armó un despelote de padre y señor nuestro y hasta se fueron a las manos. Estaba todo muy politizado, cosa que no pasó con ellas. No tenían tiempo de ponerse a pelear por política”.
Pedro Kirchman mira el grabador de reojo como si quisiera saber el tema de la conversación. Las madres se muestran interesadas, pero ellos disimulan la ansiedad. Vuelve a relojear, se acerca con aire cortés y se presenta: “Yo, Pedro Kirchman, de 78 años, vengo como padre de Irene, a acompañar a las madres en la lucha. Vengo por mi hija que desapareció junto con mi yerno Ariel y vengo por mi nieta Carolina...”
Martín Butera: ¿Por usted no viene?
Kirchman: ¿Cómo dice?
Martín Butera: Digo que usted no se incluye en la lista de los motivos por los que viene a la Plaza. ¿Por qué?
Kirchman: No me haga preguntas difíciles. ¿Qué es lo que busca?
Martín Butera: ¿Por qué cree usted que los hombres no se manifestaron como lo hicieron las madres?
Kirchman: (Mira hacia abajo, mueve los ojos en cualquier dirección y luego parece encontrar el razonamiento) La madre es la madre. Aparte a ellas hubiera sido difícil tocarlas. No se olvide que eran épocas muy complicadas y si alguno reaccionaba nos secuestraban. Para las madres era más fácil ir a la Plaza.
Martín Butera: ¿Se arrepiente de no haber formado una agrupación?
Kirchman: Sí. Yo pienso que hubiera sido bueno juntarnos. Estoy de acuerdo con el apoyo a las madres, pero una organización de padres como lo es hoy H.I.J.O.S. hubiera ayudado mucho más a la lucha de las mujeres. Para mi fue una falla.Julio Morresi no los conoce. Ellos tampoco dicen registrarlo. Hay historias que los unen, porque les son comunes, pero una los separó hasta hoy: la actitud frente a la desaparición de sus hijos. Sin embargo, más allá de la no implicancia directa, los padres nunca ocultaron sus dificultades. Según los testimonios de diez Madres de Plaza de Mayo, “la mayoría de los hombres sufrieron enfermedades terminales o paros cardíacos como consecuencia de fuertes angustias vividas en soledad”.
Mercedes Meronio alisa un pañuelo blanco sobre dos informes que acaba de recibir. Todos los días atiende decenas de interesados en conocer la historia de la Agrupación que preside Hebe de Bonafini y que fue fundada por Azucena Villaflor (1) en 1977. Consultada sobre el papel de los hombres, Meronio contesta con una suavidad mordaz: “Con los hombres siempre hubo problemas. Algunos ni siquiera dejaban venir a las madres a la Plaza. Los que sí se quisieron implicar hicieron algunas reuniones, pero nunca llegaban a nada por la política. Discutían y no se ponían de acuerdo. En cambio nosotras no nos unimos por un partido ni por una religión, nos unimos por nuestros hijos. Como no pudieron hacer nada, algunos hombres formaron un equipo de fútbol llamado Derechos Humanos ¡Ay,! nosotras casi los matamos, porque si ellos perdían, perdían los Derechos Humanos”, dice convencida mientras repasa algunas anotaciones que tiene en su escritorio de la Casa de las Madres, en Yrigoyen y Sáenz Peña.Julio no se arrepiente de la pasividad, Ovidio dice no tener lo que hay que tener y Pedro, que ya trabaja una novela sobre cuestiones de la época del Proceso, asegura que fue una falla.Para la socióloga Adriana Zaffaroni, asesora de Ciencia, Cultura y Sociedad del Frepaso, la cuestión puede ser analizada así: “En la búsqueda de los desaparecidos durante la dictadura militar argentina, -dice Zaffaroni- no existieron luchas de poder entre ambos sexos. Hubo un sentido de cooperación, de que el otro acompaña y suma.”Según la socióloga, la iniciativa en manos de las madres sirvió para revalorizar el papel de la mujer en tanto emblema de valentía y a manera de instalar la idea de justicia en las nuevas generaciones.Arrepentidos o no, son pocos los padres que, a 22 años del inicio del Proceso de Reorganización Nacional, se convocan en la Plaza de Mayo. Según las madres, sólo van 10 ó 12 y cumplen con el ritual de siempre: “Sólo nos acompañan”, dice la esposa de Ovidio, Elsa, mientras lo mira como pidiéndole mayor participación en los objetivos de la Agrupación Madres. Pero ni Ovidio, ni Pedro, ni Julio iniciarían hoy una asociación paralela a la de las mujeres. “Ya es tarde”, se quejan.Esta inacción es, para la psicóloga Pina Procaccio, una constante en el hombre. “Este, para luchar necesita las herramientas de poder, mientras que la mujer las inventa. El hombre tiende a deprimirse si no consigue lo que quiere y para eso, para lograr hacer algo importante, pide un montón de condiciones: estabilidad, respeto, durabilidad, viabilidad. Estos aspectos fueron construidos por las madres sin que nadie se los garantizara de antemano. Y los padres no pudieron ser como ellas porque nadie se los garantizó”, analiza mientras revisa su tesis doctoral referida al comportamiento del hombre frente al poder.
Padres, madres, abuelas, hijos. Agrupados o dispersos, cada uno de ellos reconoce que el camino para llegar a saber la verdad sobre las desapariciones y muertes de sus seres queridos es la justicia. No se cuestionan demasiado el papel que jugaron mientras recorrían la senda de la verdad.
Quizás no es hora de hacerle reclamos al pasado ni de empezar algo sin convicción.
Quizás el pacto de silencio que aquellas memorias imprimieron en los 20 años de lucha, haya servido para que un grupo importante de mujeres consoliden su predominio en el reconocimiento. Quizás ellos, los padres, también tuvieron ganas de gritar Aparición con vida y castigo a los culpables.
(1) Azucena Villaflor, fundadora de las Madres de Plaza de Mayo, fue secuestrada por un grupo de tareas de la ESMA el 10 de diciembre de 1977. Nunca más apareció pero su trabajo y su ejemplo viven y es conocido en todo el mundo.